Muchas veces pensamos que las películas de miedo exageran determinados
personajes o escenas para perturbar o provocar más inquietud y malestar en el
espectador. Quizá es que la realidad es, en contadas ocasiones, tan horrible
que creyendo que viene de la mente creativa de un director de cine es más fácil
de asimilar que saber que más de un 98% de los personajes que “tememos” están
basados en personas de carne y hueso.
Sabéis muchos de mi fascinación por el mundo de la psicología y la
psiquiatría, mi afición por tratar de entender que hay detrás de cada acción y
de preguntarme el porqué de algunos comportamientos patológicos tales como la
psicopatía.
Consecuencia de ello, llevo años investigando y leyendo sobre asesinos
en serie, y en especial psicópatas que han alcanzado fama mundial. Hoy quiero
hablaros de uno, que a mi modo de ver no es muy conocido, como lo pueden ser
Ted Bundy, Zodiac, Manson o Jeffrey Dahmer, pero que representa casi todos los
motivos posibles por los que un psicópata o asesino en serie acaba
desarrollando su espiral de violencia desmedida: el primer asesino en serie de
los Estados Unidos, H.H. Holmes.
Herman Webster Mudgett nació el 16 de mayo de 1861, como suele suceder
en estos casos, en una familia opresiva con un padre abusivo y una madre
extremadamente puritana. Su principal obsesión desde siempre fue casarse con
una mujer muy pudiente y poder vivir de sus rentas y con ello pagar una de sus
grandes pasiones: poder pagar su carrera de medicina y convertirse en doctor.
Pasó de conquista en conquista cuando le convenía a sus planes y donde
podía obtener mayor beneficio económico, muchas de las veces habiendo arruinado
previamente a la mujer que abandonaba.
En la facultad no destacó ya que era un estudiante bastante mediocre que
casi tuvo que suplicar para conseguir que le concedieran el título, pero
aprendió muy bien cómo funcionaba el sistema de enseñanza de la época en esta
área. Las prácticas de anatomía requerían de cadáveres frescos para las
disecciones y que los estudiantes aprendieran el funcionamiento del cuerpo
humano. Conseguir cuerpos era algo complicado pero muy lucrativo, pues se
pagaban importantes cantidades de dinero a aquellos que facilitaran en material
a las facultades. De esa manera veía como entraban los muertos clandestinamente
y se les pagaban fianzas a aquellos que se atrevían a llevar a cabo este
trabajo.
La consecuencia lógica fue al principio el robo de cadáveres frescos
de los cementerios locales con otro amigo estudiante y socio, pero pronto se
les ocurrió una idea mucho mejor para obtener dinero: estafar a los seguros de
vida dando el cambiazo con gente ya fallecida y cobrar las primas. Tras su
primera estafa y su huida con el dinero, y tras haber asesinado a su socio para
no dejar pruebas, cambió su nombre por H.H. Holmes.
Con los beneficios que obtuvo adquirió un edificio entero que se
convertiría en el hotel de sus sueños y que modificó para convertirlo en Edén del
psicópata perfecto. Listo para la gran exposición de Chicago había establecido
habitaciones selladas para usar a modo de cámara de gas, otras para quemar
vivas a las personas, otras con trampillas para desplazar por el interior del edificio
con rampas y poleas los cuerpos hasta el sótano que usaba para almacenar los
cadáveres. Posteriormente esas víctimas serían preparadas ya como cuerpos
enteros, miembros o esqueletos limpios para vender a las facultades que
necesitaran de este tipo de suministros.
Una habitación hacía de sala de tortura con los instrumentos más
modernos e ingeniosos que pudo imaginar: un autómata que hacía cosquillas a las
victimas hasta matarlas de un paro cardiaco o agotamiento por la risa. Incluso
desde su propio despacho podía ir matando apretando botones para las distintas
habitaciones sin siquiera tener que levantarse de su escritorio. Cubos de
ácido, mirillas en las paredes desde las que contemplar si quería el
espectáculo dantesco que había preparado para su beneficio y diversión macabra.
La gran exposición de Chicago le proporcionó muchas víctimas que, al
ser visitantes, era sencillo que nadie les echara de menos y llegaran a la
ciudad con importantes cantidades de dinero, por lo que su negocio era tremendamente
lucrativo.
Para su desgracia cuando ésta acabó sus ingresos disminuyeron
drásticamente, por lo que volvió a su plan inicial de las estafas a los seguros
de vida, y empezó un nuevo paso en su escalada asesina. Ahora su sadismo se
enfocaría no solo en el tema económico si no en el sexual, las mujeres se
convertirán en su nueva afición, convirtiéndolas en sus víctimas predilectas.
Mujeres guapas, jóvenes y adineradas eran sus favoritas, siempre que
primeramente hubiera encontrado la manera de quedarse con su dinero, por
supuesto.
Curiosamente se le empezará a investigar por uno de sus casos de
estafa, pero el investigador privado acabará descubriendo cartas de un par de
sus víctimas (las hermanas pequeñas Pietzel) que había guardado como recuerdo.
Se sabía que éstas habían desaparecido por lo que se pudo conseguir una orden
de registro de “El Castillo”, como él llamaba a su hotel.
Cuando la policía entró no pudo dar crédito a lo que encontró en las
habitaciones y los escondrijos que Holmes había construido.
Se le acusó y confesó veintisiete asesinatos con gran orgullo, pero
los expertos y le adjudican más de doscientas víctimas ejecutadas por este
doctor de la muerte.
El 7 de mayo de 1897,a la edad de 36 años, fue ajusticiado en la horca.
¿Qué puede pasar en el cerebro de alguien para que se den monstruos
así?
No hay comentarios:
Publicar un comentario