lunes, 3 de marzo de 2014

WILLIAM BRODIE, el verdadero Jeckyll y Hyde

En el anterior post os comenté sobre el hombre real que fue la inspiración para la novela de "El misterioso caso del Doctor Jeckyll y Mister Hyde" de Stevenson: aquí tenéis al protagonista de la historia.



El Edimburgo de segunda mitad del siglo XVIII era una ciudad de grandes pensadores, renovación intelectual, negocios incipientes y la cuna europea de los avances en medicina y cirugía.
Se la empezó a conocer como “La Atenas del Norte” y se convirtió en un referente del mundo occidental y un foco cultural de luz en esta tierra brumosa del norte del Reino Unido. Todos los estudiantes de medicina acudían a su universidad al ser considerada la más prestigiosa y moderna del continente, al igual que en el mundo de las artes y la economía, lo que hacía de la urbe un hervidero de gente que iba y venía de todas partes del país y del extranjero. 
Sin embargo había otra ciudad debajo de  ella, una en la cual la bruma, la oscuridad, los timadores, los asesinos, las mafias y los ladrones de cadáveres hacían su agosto a costa de todos aquellos que ignoraban, o preferían pasar por alto ese sórdido mundo.
William “Deacon” Brodie es un ejemplo perfecto de la unión de estas dos caras de la capital escocesa.
Will era un hombre respetable y de negocios en la urbe, era miembro del Consejo Municipal y director diácono (deacon) de la Corporación de Artesanos. Un hombre ejemplar en la sociedad de su tiempo, bueno y generoso con los que le conocían y rodeaban.
Un empresario conocido por todas las grandes familias de Edimburgo, incluso llegando a codearse con el autor Robert Burns y algunos otros “Sires”de la alta sociedad británica, lo que le llevó a pertenecer a círculos de lo más exclusivo dentro de su vida urbana. 
Su empresa se basaba en la fabricación de armarios, sistemas de seguridad, puertas, reparación e instalación de cerrojos y las primeras “cajas fuertes”  hacían de él alguien en el que todo el mundo respetable confiaba.
Pero tras la puesta del sol, William Brodie se convertía en alguien muy distinto a lo que aparentaba durante el día.
Siendo un experto ebanista, y conociendo los secretos de todas las cerraduras de los armarios que había fabricado para las grandes familias escocesas acabó siendo el mejor ladrón que uno podía llegar a imaginarse. Copiaba las llaves con moldes de cera, forzaba las cerraduras de todos los lugares ocultos sin dejar una sola huella, y se escabullía en mitad de la noche entre los callejones, apenas iluminados y, sinuosos de la Old Town. 
Por las mañanas nadie podía siquiera imaginar que había sido robado al no dejar ninguna prueba de su intromisión, y mucho menos soñar que el bueno de William fuera el delincuente. Sin embargo se encontraban con que, misteriosamente sus joyas y sus ahorros desaparecían sin dejar rastro y sin ninguna posible prueba para que la policía o la milicia de la ciudad pudiera hacer nada. 
La parte oscura de Deacon Brodie no acababa ahí, pues usaba su dinero robado para mantener esta doble vida en la que estaban incluidas varias amantes que no llegaron a conocerse entre sí, un vicio desenfrenado con la bebida y el juego que llevaba a cabo en las zonas más sórdidas de la ciudad como la infame Cowgate o South Bridge en la que ni la policía se atrevía a entrar,  y cinco hijos ilegítimos de sus amantes.
Brodie no pareció conformarse con las ganancias obtenidas de su trabajo y de sus hurtos, por lo que en los años siguientes amplió su plan para enriquecerse de forma fraudulenta. 
Reunió a varios ladrones a los que entrenaría y con los que conformaría una banda para hacer golpes a gran escala, llegando hasta a atracar la oficina de impuestos de la ciudad, pero algo salió mal cuando uno de los cómplices fue atrapado y delató al resto del grupo.
Brodie, en una medida desesperada, escapó a Holanda y fue capturado in extremis cuando se disponía a embarcar hacia los Estados Unidos, por lo que se encontró en Edimburgo de vuelta a la espera de pasar a juicio antes de lo que pudiera esperar.
La conmoción en la ciudad fue enorme, las grandes familias escocesas apenas podían creer las acusaciones a ese hombre al que se le consideraba ejemplar. Sería a finales de agosto de 1788 cuando en una inspección policial encontrarían sus disfraces, armas y las copias de las llaves, con lo que ya no había dudas posibles de su culpabilidad, y una vez condenado recibió un último encargo muy especial: debería construir la horca en él mismo iba a ser ejecutado.
El 1 de octubre su cuerpo colgaba de una soga y fue enterrado en la Parroquia de Buccleuch, o al menos así aparece en los documentos oficiales.



Los rumores entre la población de la casta más baja de la misteriosa Edimburgo, y que Brodie frecuentaba por las noches en sus escapadas, contaban otra historia bien diferente:
William había conseguido sobornar al verdugo con parte del dinero robado y sus contactos en los bajos círculos de la ciudad, amañando la ejecución y la manera de que saliera ileso de la misma sin levantar sospechas.  El ejecutor le puso un collar de acero y un tubo de plata en la garganta para evitar que muriera en el ahorcamiento.
Fuentes de varias ciudades, cada vez más hacia el sur, en las semanas siguientes, dieron parte de que se le había visto en lugares poco adecuados de sus calles y su pista se perdió entre la niebla de Londres sin volver a saber más de él o de su leyenda.


Si un día dais un paseo por Edimburgo, no dudéis en tomaros algo en la Taberna Deacon Brodie, en la parte alta de la Royal Mile a salud del hombre que inspiró a Robert Louis Stevenson para crear al famoso Doctor Jekyll y en infame Mr. Hyde, y que dicen que es el culpable de que en algunas de las casa, por la noche, las puertas se abran y se cierren solas sin motivo ninguno.



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