Hoy vamos a
tratar dos arquetipos junguianos juntos, ya que creo que se complementan a la
perfección y hará más sencillo entenderlos si se analizan relacionados antes que si se hacen por
separado.
Empecemos
por el primero:
Un héroe es
algo que todos conocemos que es y podemos identificar, pero en ocasiones si nos
preguntaran que lo definiéramos, nos costaría bastante más de un rato encontrar
las palabras adecuadas que reúnan todas sus características.
Los héroes
en la mitología son humanos o semidioses con unas características especiales
que los hacen únicos (ya sea su fuerza, su valor, su habilidad en la batalla o
su inteligencia) y que los convierte en un referente para su pueblo superando
pruebas en las que tiene que demostrar ser digno del destino de fama y gloria
que le está reservado.
Representan el modelo de conducta ideal y al que
aspirar, por el que los jóvenes deben sentirse impulsados a seguir sus códigos
morales y el ejemplo a la hora de afrontar los retos que los convertirán en
hombres.
En la
mayoría de los mitos el héroe no tiene una infancia nada fácil, pues o es
adoptado por otras familias como es el caso de Hércules, Moises, Cuchulainn, el
Rey Arturo…, o tienen una familia que ha
vivido una situación traumática ante el fallecimiento de algún miembro de su
grupo o la maldición de un dios como Ulises, Aquiles, Rama, Teseo, Gilgamesh, etc…
Su
adolescencia suele estar llena de aventuras y retos en los que van forjándose
como las grandes figuras en que se van a convertir. En este momento es cuando
se hace presente la otra figura arquetípca: el anciano sabio.
En la gran
mayoría de las leyendas el héroe debe ser instruido o aconsejado en algún
momento de su vida en que está más perdido, por un hombre mayor que le dará las
claves para conseguir su objetivo y cumplir su destino. Suele representarse
como un anciano barbudo, de una edad indeterminadamente vetusta que se
encuentra rodeado de algún halo de magia o misterio casi divino. En la
mitología greco-romana encontramos dos ejemplos en figuras como la del centauro
Quirón, maestro de la mayoría de los héroes de esta mitología (Hércules, Ayax,
Asclepio, Jasón, Acteón, Aristeo,
Aquiles o Teseo), o el sabio ciego Tiresias que desvelará a Ulises la manera volver
a Ítaca.
En los mitos
nórdicos el propio dios Odín suele convertirse en un anciano tuerto que pasea
con un cuervo como un ermitaño entre las brumas y que aconseja a los guerreros
o da vaticinios a los héroes importantes.
Dentro de
los mitos célticos, el ejemplo más famoso está en la figura de Myrddin, o
Merlín, el instructor, mejor amigo y consejero de joven Arturo al que entrena
para convertirlo en rey de Britania.
El viejo Morann, las apariciones del dios Lugh y
otros personajes en la mitología del ciclo del Ulster irlandés con Cuchulainn.
Con todo
ello el héroe se va formando en una serie de normas y conductas que le hacen
ser el ejemplo para su cultura y su pueblo de las cosas mejores que éste puede
ofrecer. Se convertirán en fundadores de ciudades, libertadores de tiranos y
monstruos, campeones contras las injusticias y dignos merecedores del puesto
entre los dioses o la memoria indeleble de sus futuras generaciones.
Por
desgracia, en la mayoría de los casos, el héroe no va a morir de anciano o de
una manera tranquila y cómoda, a pesar de todas sus hazañas. Muchos morirán a
causa de un engaño, en muerte violenta en batalla, por traiciones cercanas o
por la ira de algún dios rencoroso.
Ser siempre correcto y un héroe es algo
loable, pero en este mundo no se puede uno olvidar de que, como decía Merlín en
la película de Excalibur: “Recuerda que siempre hay alguien más listo que tú.”
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