Hoy, ya que se acerca una fecha de comilonas, quisiera hacer mención a un tipo de ritual que lleva con nosotros desde que el ser humano es ser humano y que aún conservamos: los ritos de comensalidad funerarios.
El análisis de distintos
yacimientos a lo largo de un amplio periodo de tiempo que abarca más de dos mil
años de nuestra Historia ha hecho posible constatar el hecho de que los
rituales de comensalidad, y en especial los relacionados con el mundo
funerario, se han producido desde los inicios de la Prehistoria.
Mientras
los patrones de enterramiento, las creencias y la sociedad fueron cambiando y
evolucionando; este ritual se ha mantenido, con algunas variaciones en su modo
de realizarlo, como un fósil ideológico dentro de un pensamiento común a casi
todas las culturas.
Con
los datos de que disponemos podríamos aventurarnos ha hacer una reconstrucción ideal
de cómo deberían haber sido estos rituales de comensalidad, y lo más
importante, el porqué de éstos:
Con
el fallecimiento de un miembro destacado de una comunidad de la Prehistoria Reciente ,
los lazos que unen a las distintas ramas de una sociedad jerarquizada, este
vínculo entre ellos peligra. No solo ha de verse como un luto de la familia
cercana, si no de un grupo más amplio que tenía en la figura del fallecido un
referente ya fuera “político”, social, religioso o económico. Para hacer de
toda la comunidad un participante del
ritual, debía disponerse de medios que hicieran del proceso de duelo un momento
escenográfico único.
El
sacrificio de animales, ya fueran de mayor o menos contenido cárnico o
importancia dentro de su cultura y economía dependiendo de la capacidad o de la
importancia del fallecido dentro de su comunidad, se debía realizar durante el
proceso de inhumación o justo con posterioridad al sellado de la tumba. El
banquete en honor al muerto sería un acto comunal en el que el compartir la
carne del animal sacrificado, los guisos realizados, los cereales o las bebidas
fermentadas que tan excepcionalmente debían usarse.
Con
posterioridad a esta celebración, los restos empleados en este banquete, y que
sin duda debían alcanzar una categoría distinta una vez realizado el ritual,
ocuparían su lugar junto al muerto, o señalizando su tumba. Ya sabemos que
muchos de los recipientes cerámicos usados en este tipo de ceremonias se ha
podido constatar que fueron rotos intencionalmente, poniendo énfasis en el uso
excepcional de los mismos. Parte de los animales sacrificados serían
depositados en la tumba, quizá como alimento en el más allá, o como
representación de un ritual de respeto al difunto.
La comensalidad es una particular forma de ritual en la que la comida y
la bebida constituyen el medio de expresión y el consumo constituye el lenguaje
simbólico del cual participa la comunidad o los grupos asociados al difunto.
Éste es un ritual lleno de significados. La comida es importante para
estructurar el tiempo y las relaciones sociales, formando y reproduciendo
identidades, forjando relaciones de poder, de género y edad.
Ésta se pudo haber empleado como principales dominios de acción política
y escenario de la representación y manipulación de las relaciones sociales. No
hay que olvidar que sirven para crear y
mantener un sentido de comunidad y juega un rol de crear, definir y transformar
las estructuras de poder.
Quien controla el ritual posee el medio para imponer su propia visión del
orden social protegiéndola de otros medios de pensamiento. Como medio de
constatación y transformación de poder. Pero no son abiertamente políticos.
Al menos una parte de los ajuares, tradicionalmente considerados como
ofrendas, son el reflejo de prácticas en las que participa al menos una parte
de la comunidad más que un acto ritual de carácter intimista. Parte de los
ajuares, cerámicas y ofrendas cárnicas del contexto funerario como copas,
cazuelas o cuencos, se encuentran realizadas en unas pastas muy depuradas,
superficies muy bruñidas que dan un aspecto metálico y cocciones a bajas
temperaturas hace imposible que implique un uso o manipulación continuada.
Aunque también aparecen en contextos funerarios cerámicas que no prestan
diferencias ni formales ni tecnológicas respecto a los conjuntos domésticos.
Por lo que se suele asociar estas piezas más específicas y depuradas a las
“clases más altas” de la sociedad.
Tras
este banquete funerario la comunidad puede ver afianzado su lazo, si bien
mostrando claramente las diferencias entre unos y otros grupos sociales, pero
de una manera o de otra sintiéndose todos, parte de un conjunto.
Ahora, si alguien ha acudido a un funeral... ¿quién no ha ido después a tomarse algo con los amigos o la familia para estrechar lazos y compartir el dolor en grupo o recordar los buenos momentos del difunto?
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